Estamos en primavera, la estación del renacer, de florecer, de la luz de los días más largos, de los colores vivos y alegres. Siempre me ha gustado mucho observar la naturaleza, pasear por el campo, la montaña, la playa, y al vivir en una gran ciudad como Madrid, necesito cada cierto tiempo alejarme del ruido, respirar aire más puro, cambiar el asfalto por la tierra.

Cuando yo tenía menos años, haya por los 30, cada vez que salía de Madrid, y me iba de viaje sentía la necesidad de haya donde fuera, no perderme nada, conocer lo más posible durante los días que durara ese viaje.

Tenía la necesidad de abarcar cuanto más mejor, sufría si no muy lejos de donde estuviera, había un sitio interesante al que por falta de tiempo debía renunciar para siempre, o hasta una próxima ocasión, porque siempre puede haber una próxima vez, mientras haya vida.

Seguro que más de uno/a me entiende, cuando digo que en aquellos tiempos, iba por la carretera si era un viaje de estos que haces en coche a tu aire, y yo quería parar en casi todos los lugares potencialmente interesantes de la ruta. La acción de «descubrir» me encantaba.

«Descubrir», que palabra tan bonita.

Los/las que somos curiosos/as, que no cotillas, nos interesamos por lo nuevo con facilidad,  sin pereza, esa pereza que cuando aparece, hay que estar atento/a para que no se instale en la vida de uno/a, para no perder el interés por eso tan bonito que es descubrir.

La noticia evidente es que ya no soy esa treintañera que «deboraba» los mapas.  A esta cincuentañera le sigue gustando descubrir pero con mucha más conciencia, y presencia.  Cuantas primaveras han pasado para compartir ahora contigo lo que es ahora una «brújula» significativa en mi vida.

Con los años he ido descubriendo poco a poco el Mindfulness, ya no solo cómo una técnica de meditación  y contemplación, sino como una herramienta potente de auto conocimiento, autocuidado y gestión emocional para la vida, en todas sus esferas, personal, familiar, laboral, y social.

He acabado formándome académicamente en esta disciplina, a la hora de adaptar sus principios esenciales a todo el ámbito del desarrollo personal, autocuidado, bienestar, calma mental, productividad. Principios que sirven de referencia para adaptar hábitos y conductas mentales, emocionales y sociales, en beneficio de nuestro bienestar, calidad de vida, consecución de metas, gestión del stress, relación saludable con nuestro entorno, etc.

Siempre diré que pasar por un cáncer de mama, fue un master vivencial a la hora de tomar conciencia del presente, de vivir cada detalle cotidiano con intención y atención, de abrazar el silencio, de parar, de saborear las pausas, de hacer las cosas con más lentitud. 

Todo esto, son grandes aprendizajes para mi día de ahora, de nuevo en la vorágine de la agenda, de las exigencias internas y del entorno.

Mi «yo mindfull», está ahí vigilante, para cuidarme, regular mis emociones, administrar mi energía, concentrarme en lo importante, para hacer pausas, respirar y observar.

Contenta porque puedo aportar más en la actividad de orientar, formar y acompañar a otras personas y ayudarles a descubrir el estilo vivencial Mindfull,  dotarles de herramientas y estrategias mindfulness a la hora de gestionar el tiempo, las preocupaciones, las emociones, las relaciones sociales en contextos difíciles, así como las distintas técnicas de meditación, que tenemos al alcance fácilmente en casa.

Es muy gratificante ver cómo lo reciben, y lo aprecian, aunque sea un proceso de entrenamiento  a medio largo o largo plazo, y además seguir aprendiendo con estas experiencias.

Hasta aquí la publicación de este mes de abril.  Me encantará leeros, si queréis dejar algún comentario.

Espero os haya parecido interesante. Seguiremos hablando de Mindfulness (Mente Plena., no llena).

Mucha salud para todos/as.